El exfuncionario kirchnerista reapareció para defender sus políticas y volvió a exponer su lógica absurda.
Guillermo Moreno volvió a hablar y evidenció nuevamente por qué su paso por la función pública fue un sinónimo dedesastre y violencia política. Días después de la dura condena que le confirmó la Corte Suprema y de los explosivos dichos de Mario Pergolini, el exsecretario de Comercio del kirchnerismo respondió intentando justificar sus viejas políticas de control y restricción.
En declaraciones recientes, Moreno explicó que “la restricción tenía que ver con si se fabricaba o no en el país”, y agregó con naturalidad: “Si se fabricaba en el país, había más restricciones; si no se fabricaba, había menos”. Como si fuera una muestra de coherencia, remató: “Lo que él tenía que hacer era priorizar la compra nacional”.
En otras palabras, el mismo funcionario que convirtió la importación en una pesadilla y al mercado en un laberinto burocrático, hoy reivindica haber castigado precisamente a quienes producían en la Argentina. Su explicación, presentada como una defensa, termina funcionando como una confesión: el intervencionismo que pregonaba no protegía la industria, la asfixiaba.
Moreno buscó culpar a Pergolini por no optar por “la industria nacional” para importar los equipos de sonido y vídeo que la fundación de Vorterix le demandaba, pero aquellos no estaban siendo siquiera emsamblados en nuestro país. Un estudio de vanguardia requería equipo de vanguardia para poder competir, el cual nunca se aproximo a producir en Argentina.
El contexto no podría ser más elocuente. Hace apenas unos días, la Corte Suprema dejó firmes dos condenas contra Moreno —por amenazas coactivas y por peculado— y lo inhabilitó de por vida para ocupar cargos públicos. El fallo marcó el cierre de una era de prepotencia estatal y manipulación política, donde personajes como él creían que el poder era una patente de impunidad.
Mario Pergolini, una de sus víctimas directas durante aquellos años, había celebrado la noticia con contundencia: “Fue un patotero, un mediocre, un tarado”, dijo en su programa. La respuesta de Moreno, lejos de desmentirlo, lo confirma: sigue aferrado a la lógica de los controles absurdos, el favoritismo ideológico y la persecución al que produce.
En su intento por justificar lo injustificable, Moreno recordó sin querer el verdadero legado del kirchnerismo: un país lleno de trabas, cepos y castigos al emprendedor, expresados en legislación pero también en la violencia. Mientras la Argentina actual busca recuperar la libertad económica bajo un modelo de apertura y productividad, el exfuncionario parece decidido a seguir defendiendo el manual del fracaso.
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