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Un antepasado del canciller Pablo Quirno fue vicepresidente y canciller de Julio Argentino Roca

Vicepresidente, diplomático y defensor incansable de la soberanía nacional, Norberto Quirno fue uno de los arquitectos de la inserción internacional argentina en el siglo XIX.

En la historia argentina, ciertos apellidos condensan una idea de Estado. El de Quirno Costa pertenece a esa estirpe. Norberto Camilo Quirno Costa (1844–1915) fue un jurista, diplomático y vicepresidente de la Nación que, bajo la conducción de Julio Argentino Roca, consolidó los límites de la República, defendió su soberanía  y promovió una política exterior basada en el realismo, la prudencia y el progreso liberal.  Su trayectoria lo convirtió en uno de los pilares de la Generación del ’80, aquella que sentó las bases institucionales y económicas de la Argentina moderna.

Nacido en Buenos Aires, hijo de Fernanda Costa y Gregorio Quirno, Norberto se graduó de abogado en la Universidad de Buenos Aires y pronto ingresó al servicio exterior. Su primera misión fue en la legación argentina en Brasil (1868), y al año siguiente ya se desempeñaba como subsecretario de Relaciones Exteriores. Su habilidad diplomática lo llevó a representar al país en el tratado de 1870 con Paraguay, que puso fin a la Guerra de la Triple Alianza y garantizó para la Argentina la incorporación de la actual provincia de Formosa.

Su rol decisivo llegó en tiempos de Roca y Juárez Celman. Como canciller de la Nación (1886–1889), Quirno Costa fue uno de los arquitectos de la política exterior moderna: firmó el tratado de límites con Bolivia en 1889, mediante el cual la Argentina renunció a sus reclamos sobre Tarija a cambio de afianzar su soberanía sobre la estratégica Puna de Atacama, rica en cobre.  Poco después, en 1893, rubricó el protocolo de límites con Chile, consolidando la frontera austral y reafirmando la presencia nacional en Tierra del Fuego.

Pero quizás su gesto más recordado fue su nota de protesta de 1888 al gobierno británico  sobre las Islas Malvinas, donde dejó plasmada una declaración que resonaría en la historia diplomática argentina: “El Gobierno de la República mantiene y mantendrá siempre sus derechos a la soberanía de las Malvinas, de los que fue desposeída por la violencia y en plena paz”.

Esa defensa sin concesiones de la soberanía nacional lo situó como precursor de una diplomacia de principios, firme y racional, muy lejos de los alineamientos ideológicos y del voluntarismo que dominarían décadas posteriores.

Más allá de su papel como diplomático, Quirno Costa fue un protagonista del liberalismo político del siglo XIX. Inició su carrera en el Partido Nacionalista de Bartolomé Mitre, luego integró el Partido Liberal y finalmente se unió al Partido Autonomista Nacional (PAN), columna vertebral del orden conservador que dio estabilidad institucional y expansión económica al país.

Su carrera lo llevó a ser diputado nacional, ministro del Interior en 1906 y presidente de la Convención Constituyente de 1898, donde impulsó reformas que fortalecieron el funcionamiento republicano del Estado. Entre sus colegas y adversarios, era respetado por su cultura, su patriotismo y su sobriedad intelectual.

Murió en Buenos Aires en 1915, a los 70 años. Una calle de Recoleta —y durante décadas la actual avenida Eva Perón— llevó su nombre, testimonio del reconocimiento  que el país otorgó a quien defendió con talento y convicción la causa nacional.

Más de cien años después, el presidente Javier Milei tomó juramento recientemente a Pablo Quirno,  descendiente directo de Norberto, como nuevo ministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto.
Economista de formación liberal, estrecho colaborador del ministro Luis “Toto” Caputo y figura clave en la estrategia financiera del gobierno, Pablo Quirno asume el desafío de integrar la economía y la diplomacia bajo la visión de apertura global que promueve la administración libertaria.

Durante la ceremonia, Milei destacó su “profundo compromiso con las ideas de la libertad y la inserción de la Argentina en el mundo”, trazando un paralelo simbólico con el legado de su antepasado: una política exterior que privilegia la razón, la soberanía y la integración productiva con Occidente.

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