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Revelación histórica: documentos secretos confirman la pertenencia de Perón y Alfonsín a la masonería

Los papeles contradicen el discurso público de Perón, que durante años se proclamó enemigo de la logia y la acusó de conspirar contra la Nación.

Durante siglos, la masonería argentina fue un espacio envuelto en misterio, reservado a los iniciados y alimentado por un halo de secretismo que excedía lo ritual. Sin embargo, la reciente decisión de la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones de abrir parte de su archivo histórico trajo consigo una revelación de enorme impacto político e histórico: documentos inéditos que acreditan la pertenencia de Juan Domingo Perón y Raúl Alfonsín al rito masónico.

Los papeles, que serán exhibidos en el marco de La Noche de los Museos, constituyen la primera evidencia documental directa sobre ambos líderes. Infobae tuvo acceso anticipado al material, que incluye cartas, fichas de ingreso y correspondencia internacional entre logias.

El ingeniero Pablo Lázaro, actual presidente de la Gran Logia, explicó que el objetivo de esta apertura es “desmitificar” la organización.  “La masonería no tiene nada que esconder. En otras épocas se callaba por temor a persecuciones, pero hoy queremos mostrar nuestra historia con transparencia”, aseguró. Lázaro recordó además que Franco persiguió a los masones en España, lo que llevó a varios de ellos a refugiarse en la Argentina.

Desde su creación formal el 11 de diciembre de 1857, la masonería local tuvo entre sus filas a figuras notables como Sarmiento, Mitre, Urquiza, Pellegrini y Agustín P. Justo, influyendo silenciosamente en la política nacional. Hoy, su sede central se ubica en la calle Perón 1242, en Buenos Aires, dentro del edificio conocido como Palacio Cangallo, inspirado en el Templo de Salomón y diseñado por los arquitectos masones Francesco Tamburini y Jacques Henry Pellegrini.

Caso Perón: del repudio al juramento secreto

La figura de Juan Domingo Perón encarna una de las mayores contradicciones del siglo XX argentino. Pese a haber sido un crítico feroz de la masonería, los documentos recientemente hallados sugieren que el tres veces presidente juró lealtad al rito escocés durante su exilio europeo, alcanzando incluso el Grado 33, el máximo nivel dentro de la jerarquía masónica.

Durante su carrera militar y política, Perón siempre negó pertenecer a logias “de carácter internacional”.  En sus años de juventud integró el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), una logia militar nacionalista que protagonizó el golpe del 4 de junio de 1943. El historiador norteamericano Robert Potash documentó en Perón y el GOU (Sudamericana, 1984) los boletines internos del grupo, donde los oficiales condenaban duramente a la masonería, a la que calificaban de “creación judía” y “enemiga del Estado y del Ejército”.

El propio Perón llegó a expresar en 1955 —tras su derrocamiento— que su gobierno había sido víctima de la “sinarquía internacional, de la que forman parte el capitalismo, el sionismo, el comunismo, la masonería y el clero tradicional”. Y en su célebre diálogo con Tomás Eloy Martínez, publicado en Las vidas del General (2004), insistió: “La independencia americana fue orquestada por la masonería. Desde Rivadavia en adelante, todos los gobiernos obedecieron a la logia anglosajona. Recién con Rosas, Yrigoyen y yo aparece la línea nacional, la línea hispánica.”

Sin embargo, la nueva documentación contradice esa retórica nacionalista. Una carta fechada el 27 de abril de 1958, redactada en italiano y enviada a Ciudad Trujillo (actual Santo Domingo), reconoce a Perón  como “Soberano Gran Comendador y Gran Maestro de la Masonería Universal del Rito Escocés Antiguo y Aceptado”.

El documento, firmado por altos grados del rito, coloca a Perón en un selecto grupo junto al dictador nicaragüense Anastasio Somoza, el presidente guatemalteco Carlos Armas y el mandatario salvadoreño José María Lemub, todos con el mismo grado 33. Los firmantes apelaban a Perón para obtener apoyo financiero en la campaña electoral italiana de 1958, señalando que  “la situación es grave y compleja” y que “muchos de nuestros hermanos son candidatos, lógicamente de incógnito, incluido nuestro Gran Maestro Gaetano Taranto”.

El vínculo entre Perón y la masonería no se limitaría a este episodio. Según Lázaro, el General ingresó durante su exilio en la Gran Logia Alpina de Suiza y posteriormente “trabajó con la Logia Unión Nacional”,  activa en el Congreso argentino. Este grupo, asegura, habría promovido el histórico abrazo Perón–Balbín y hasta inspirado el giro discursivo de la frase “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”.

Paradójicamente, el líder que denunció la “infiltración masónica” en la historia nacional terminaría él mismo elevado a los grados más altos del rito escocés, compartiendo honores con figuras del autoritarismo latinoamericano y europeos del poder oculto.

Menos conocida, aunque también significativa, es la documentación que vincula a Raúl Alfonsín con la masonería. Entre los archivos rescatados se halló una ficha de solicitud de ingreso firmada en 1974, en Paraná, Entre Ríos, donde el entonces abogado radical respondía a un formulario de la Gran Logia argentina.

El documento, acompañado por una fotografía en blanco y negro, registra preguntas directas como “¿Cree usted en un ser supremo?” o “¿Sabe usted que los masones están excomulgados por la Iglesia Católica?”.  Alfonsín figura como abogado, trabajador de un estudio jurídico, y nombra como contacto masón al dirigente Sergio Montiel.

Además, entre los papeles figura una carta enviada desde la Gran Logia de Chile, que se refiere a Alfonsín como “nuestro Querido Hermano visitador”, confirmando su participación en un  “ágape fraternal” durante el invierno de 1983, poco antes de su triunfo electoral.

Los nuevos documentos no solo aportan evidencia sobre dos de los presidentes más influyentes del siglo XX argentino, sino que reabren el debate sobre el papel de las logias secretas en la política nacional. A pesar del discurso de independencia y transparencia de sus miembros, los archivos muestran cómo la masonería tejió redes discretas de poder e influencia, muchas veces al margen de la voluntad popular.

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