La libertad destruye los muros del privilegio y reconstruye el país desde la confianza, el mérito y la cooperación.
Los números, las señales y el ánimo social lo confirman: el cambio no solo está en marcha, sino que ya muestra resultados concretos. Tras años de saqueo kirchnerista, de cepos, controles, regulaciones absurdas y privilegios para la casta, el país respira libertad. Y cuando se libera la creatividad de millones de individuos, la economía vuelve a coordinarse sola, sin planificaciones ni decretos.
Luego del histórico triunfo de La Libertad Avanza, el mapa del país se tiñó de violeta y el mercado respondió con una contundencia imposible de negar. El Riesgo País se desplomó de 1081 a 638 puntos en apenas dos semanas. Los bonos argentinos subieron un 30% y las empresas locales se revalorizaron en 22.000 millones de dólares. No es magia ni relato: es la consecuencia natural de permitir que el orden surja de la libertad y no de la imposición. Es lo que ocurre cuando se acaban el despilfarro, la corrupción y el robo institucionalizado. Es lo que pasa cuando el Estado deja de ser un botín y el mérito vuelve a tener sentido.
Reaparecieron los créditos a tasa 0%, la confianza y la inversión. La gente vuelve a soñar, invertir y proyectar, porque confía en que sus decisiones individuales tienen valor y no serán castigadas por un burócrata. Después de décadas, la Argentina se encamina hacia la normalidad: una economía que premia al que trabaja y castiga al que roba.
Por eso el mundo habla de Milei. El Financial Times destacó su compromiso con acelerar las reformas de libre mercado y profundizar su alianza con Donald Trump. En Miami, el alcalde le entregó la llave de la ciudad. En solo dos años, pasamos de tener mandatarios que honraban a dictadores como Maduro, a tener un Presidente reconocido junto a Lionel Messi en los foros internacionales más prestigiosos. La diferencia es moral y económica: donde antes había coerción, hoy hay cooperación; donde había planificación, ahora hay libertad.
Y mientras Milei impulsa la cultura del mérito y la responsabilidad, los devotos del fracaso intentan frenar el cambio. Critican una foto con Rafael Nadal, pero callan cuando se les muestra cómo el socialismo deja países en ruinas. Nadal no solo fue un campeón en las canchas: ahora invierte 200 millones de dólares en hoteles en nuestro país. El capital vuelve cuando hay reglas claras y respeto por la propiedad, porque el inversor no necesita promesas, sino libertad para crear.
El contraste es brutal. En Bolivia, veinte años de socialismo empobrecedor la dejaron sin reservas, endeudada, con inflación y desabastecimiento. Así terminan todos los experimentos colectivistas: con hambre y represión. Lo vimos cuando cayó el Muro de Berlín en 1989. El muro se derrumbó y con él la mentira del socialismo real. Porque toda forma de socialismo necesita un muro, censura y sangre para sostenerse.
En cambio, las sociedades libres no necesitan muros ni decretos para prosperar. El progreso surge del esfuerzo descentralizado de millones de personas que, buscando su propio bienestar, terminan generando bienestar para todos.
La lección del experimento socialista debe ser recordada, porque nada que nazca del resentimiento, la envidia o el odio al éxito puede traer bienestar. Solo la libertad puede hacerlo. Y esa libertad no necesita dirección: solo necesita ser respetada.
El kirchnerismo dejó un país en ruinas, pero el pueblo eligió no repetir la historia. Eligió volver a creer. Y hoy, los que apostaron por el caos, tiemblan al ver que la libertad funciona.
La caída del muro kirchnerista ya empezó. Y del otro lado hay futuro, cooperación y orden sin plan. Hay una Argentina que vuelve a confiar en sí misma.
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