Los muertos de 2da en el Atendo a la AMIA : Los trabajadores bolivianos que nadie recuerda

Julio Barriga Loaiza era el capataz de obra en la AMIA cuando se produjo el atentado del 18 de julio de 1994. Su hermano David, que trabajaba junto a él desde hacía apenas cuatro días, murió aplastado bajo los escombros. La historia de ambos y quiénes fueron las doce personas encargadas de las refacciones en el edificio que asesinó el terrorismo hace 29 años
Al mediodía del 18 de julio de 1994, toda la familia de Julio Barriga Loaiza planeaba encontrarse en Once. Sería un día feliz. El hombre tenía entonces 45 años y era el capataz de obra en las refacciones que se llevaban a cabo en la AMIA. Irían, juntos, a ver el fruto de sus duros años de trabajo como albañil: la camioneta que pensaba comprar. No pudo ser. A las 9.53 de ese lunes, un viento de odio arrasó todo: sus sueños, su paz, la vida de 85 personas y el edificio de la mutual judía. Pero a él, la bomba asesina no se lo pudo llevar. Julio sobrevivió. Hoy tiene 74 años y vive en su casa de siempre, en la localidad de Merlo. No sucedió lo mismo con su hermano, David, que murió sepultado bajo los escombros.
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Julio nunca volvió a ser el mismo luego del atentado terrorista. Jamás logró dar vuelta esa página. El dolor y las imágenes del espanto continúan martillando en su cabeza. Por eso, siempre estuvo ausente en los actos de la AMIA cuando llega el aniversario. La culpa por la muerte de su hermano le carcome el alma. Una culpa que no es suya, por supuesto; es de los asesinos que volaron el edificio de la calle Pasteur 633. Solo una vez habló, y fue para un documental de la mutual judía. Él prefiere recordar por dentro.
La explosión que derrumbó el edificio de la AMIA en Pasteur 633 sucedió a las 9.53 horas del lunes 18 de julio de 1994. Hubo 85 muertos (Reuters)
Ilusiones de inmigrante
Su historia es como la de tantos inmigrantes que vinieron con los sueños que les negaba su tierra. Julio nació en Tarabuco, un pintoresco pueblo cerca de Sucre. Su hija Fabiola le cuenta a Infobae: “La familia de mi papá era muy humilde. Mi abuelo era carpintero y cosechaban papas. Mi papá vino sólo, a los 14 años, a trabajar. Entró por la frontera así, como medio… viste que en ese momento no se utilizaban tanto los permisos. Hizo changas y después fue asistente de albañil. Conoció a varios arquitectos, construyó vínculos. Y luego se casó con mi mamá, Vilma, que falleció hace seis años”. El matrimonio tuvo cuatro hijos: Liliana, Magali, Fabiola y Julio.
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Al principio, los Barriga Loaiza vivieron en la localidad de Mariano Acosta. En el 94, cuando Fabiola tenía 15 años, se pudieron mudar a una casa mejor en Merlo Norte. “Mi papá la construyó desde cero”, cuenta con orgullo.
Con el tiempo, Barriga Loaiza conoció al arquitecto Andrés Malamud. Éste lo contrató para las obras de reconstrucción de los edificios lindantes con la embajada de Israel luego de la bomba que lo destruyó el 17 de marzo de 1992. Contaba Julio en el documental de la mutual judía: “Conocí la AMIA mediante el arquitecto Malamud. Me llamó a través de un hermano y me dijo si me interesaba hacer unos trabajos con él”.
Andrés Malamud estaba desde marzo de 1994 al frente de las refacciones de la AMIA. Tenía 37 años, llevaba seis de casado y tenía dos hijas: Débora de cinco años y Astrid de tres. Y por la confianza que le tenía, volvió a contratar a Julio.
Fabiola Barriga con el retrato de su tío David (Crédito: AMIA)
El bohemio de la familia
David, su hermano, era lo opuesto a él. Un bohemio al que le gustaba la música y vivía de tocar el acordeón en grupos folclóricos de Bolivia. Según Fabiola, llegó a la Argentina con su esposa y sus cuatro pequeños hijos para pasar unas “mini vacaciones” menos de un año antes del atentado, pero se fue quedando. “Mi papá me contó que hacía música desde muy chiquitito. Armaba baterías con las cosas que tenía mi abuelo, como latitas y palitos, y tocaba. Después aprendió a tocar teclados, alguien le prestó un acordeón y ahí surgió su amor por ese instrumento. A papá también le gustaba la música, pero tenía ese rol más de trabajar y querer hacer algo en su vida”, cuenta Fabiola.
Cuatro días antes del atentado, Julio le pidió a David si no quería ganar unos pesos ayudando a colocar unos revestimientos. La plata no venía mal y aceptó. Tenía 28 años y aunque Julio le decía que se comprara un terreno cerca suyo, él -que no llamaba por su nombre a su hermano mayor y en su lugar le decía “Papi”- le respondía que quería hacer una diferencia económica y regresar a Bolivia. Pero ese lunes, le pidió que luego de ir a ver la camioneta lo acompañara a una inmobiliaria para cambiar unos pesos a dólares. Parecía haber cambiado de planes, algo que alegró a Julio. “Papi, quisiera seguir trabajando con vos”, fueron sus palabras.
El relato de Julio Barriga Loaiza, un albañil boliviano empleado en las refacciones de la AMIA. El 18 de julio de 1994 él fue uno de los sobrevivientes del atentado. Pero murieron su hermano y varios amigos que trabajaban allí. Este testimonio que brindó a la AMIA hace tres años fue la única vez que habló sobre lo sucedido
El mundo encima
El lunes 18 de julio, las obras estaban a punto de terminar. Como todos los días, Julio llegó entre las 7 y las 7.30 de la mañana. En el documental de la AMIA relató que a su hermano “lo había mandado a hacer el revestimiento de un baño, ahí justamente donde cayó todo. Esa mañana tenían que llegar materiales, inclusive llegó también un volquete, y fui a recibirlo. Por eso ya no llegué a ver a mi hermano. Si lo iba a ver, me iba junto con él”. También contó que “A las 8 empezábamos a trabajar. Tomé unos mates con mis amigos, los electricistas que tenían su último día de trabajo”. Ellos eran Hugo Basiglio y Martín Figueroa. Basiglio, que vivía en Los Polvorines, había sido colectivero, pero luego de un infarto estuvo un año y medio sin moverse. Después comenzó a trabajar como electricista y lo contrataron en la AMIA. Figueroa era tucumano, pero se vino a Buenos Aires a los 16 años. Hacía 25 años que estaba casado, tenía seis hijos, era afiliado radical, militaba y cada vez que podía ayudaba a sus amigos. A Hugo Basiglio le consiguió una casa y éste lo recomendó al arquitecto Malamud. Ese día, en rigor, ninguno de los dos iba a trabajar, sino a cobrar la plata por el fin de su trabajo.
El monstruo que llegaría a las 9.53 no avisó que se acercaba por la calle Pasteur. Dijo Julio: “Yo seguí, crucé un patio. A cada lado había un pasillo. Entré a una habitación donde había hecho unos arreglos. Abrí la puerta… Fue en ese momento, no sabía lo que estaba pasando. Se oscureció todo, fue una explosión. Llegó todo el olor a pólvora, digámoslo así. Todos los vidrios cayeron encima mío. Creo que estaba lastimado en la cara y lleno de polvo, no sabía por dónde salir… Y traté hacerlo por una cocina, por una ventana. Estaban los dos patios llenos de escombros, como un cerro, digamos. Veía todo al frente, los edificios estaban destrozados al otro lado de la calle. Y bajé por ahí. Creo que fui el único que salió por ahí. Y después traté de ver dónde estaba mi hermano… Esa parte ya estaba toda abajo”. No tardó en darse cuenta: “Al ver que cayó todo el edificio, supe que mi hermano estaba ahí. A veces pienso que él tal vez se fue en lugar mío”.
Además de David Barriga Loaiza, hubo otros muertos entre los que trabajaban en las refacciones del edificio. Arriba: el electricista Hugo Norberto Basiglio, el Martin Figueroa, el arquitecto y jefe del equipo de refacciones Andrés Gustavo Malamud y el ingeniero mecánico Nestor Américo Serena. Abajo: los albañiles Juan Vela Ramos, Eugenio Vela Ramos (de 17 años), Danilo Villaverde y Adhemar Zarate Loayza. Sin foto: el gasista Fernando Roberto Pérez y los albañiles Rimar Salazar Mendoza y Erwin García Tenorio
Doce personas que trabajaban en las obras de refacción de la AMIA murieron. Además de los cuatro mencionados, se sumaron el ingeniero mecánico Néstor Américo Serena, de 51 años, casado hacía 25, con tres hijos, que se cruzó con Julio instantes antes de la explosión y el 1° de agosto se iba a mudar a Santa Teresita para abrir una empresa de servicios para hoteles, comercios e industrias; el gasista Fernando Roberto Pérez, de 47 años; Rimar Salazar Mendoza, boliviano de 32 años, ex minero y llegado a la Argentina con su mujer y sus dos hijos; Danilo Villaverde, de 20 años, electricista que gustaba llevar el pelo largo como Axl Rose, su ídolo; Adhemar Zárate Loayza, boliviano de 31 años y Erwin García Tenorio, de quien AMIA no posee mas datos. Y dos hermanos: Juan Vela Ramos, de 21 años, y Eugenio Vela Ramos, de 17. A ambos, Julio los conocía bien: los llevó a trabajar y les había dado alojamiento en una habitación de su propia casa cuando no tenían un techo. “Ellos dos estaban en el sótano y se fueron. Otros dos sacaban las bolsas con lo que habían juntado el día sábado anterior”, contó Julio.