Los integrantes de la Policía bonaerense vieron durante años como sus ingresos se deterioraban con respecto a la inflación. Son noventa mil integrantes desparramados en la geografía de la Provincia de Buenos Aires, con infinidad de limitaciones. Una de ellas desnuda que los policías tienen salarios raquíticos, los integrantes de la fuerza de las jerarquías más bajas perciben salarios que están muy cerca de la línea de pobreza. Y fueron justamente estos últimos los que hicieron oír su reclamo, muchas veces invisibilizado por sus superiores, innegables destinatarios directos de las protestas.

El malestar policial no sólo incluye la cuestión salarial, sino que tiene otras aristas. Las condiciones laborales de la mayor parte de los policías bonaerenses son muy malas: patrulleros destartalados, chalecos insuficientes y vencidos y comisarías ruinosas, son parte de una lista interminable de calamidades contra los que luchan día tras día. A este panorama se agregan, la suspensión de los ascensos, el discrecional manejo de jefes arbitrarios que deciden destinos y horarios de sus subordinados y una obra social herida de muerte, describen la gravedad de la situación.

Los efectos de la pandemia en los policías, la falta de elementos de protección, el valor ridículo de las horas extras, su disminución y atraso en el pago y los anuncios políticos desafortunados, colmaron la paciencia de los uniformados, que dejaron de lado el espíritu de cuerpo y reaccionaron ante semejante desequilibrio. La legitimidad del reclamo policial es innegable, el Presidente de la Nación dio una respuesta política y parcial a una situación gravísima, por eso entendemos que es imprescindible continuar trabajando en el bienestar del sistema policial bonaerense más allá de la demanda coyuntural.

Análisis de la cuestión

Los malestares por las condiciones de trabajo son difíciles de procesar para los y las policías de la provincia de Buenos Aires. Al no existir una representación legítima, no se sabe cómo encauzar actores diversos y desordenados, con una importante variedad de problemas. No tienen representantes que puedan entablar una negociación. La necesidad de una discusión profunda sobre la legítima representación de las fuerzas de seguridad se vuelve ineludible; en el siglo XXI negarse atrasa.

Formalizar una representación legítima colaboraría para anticipar y encauzar este tipo de reclamos, darle formas democráticas, ordenarlos. Pero además la construcción de representaciones limitaría las arbitrariedades de las jefaturas no representativas enquistadas dentro de la fuerza en diferentes formas de corrupción. Una representación legitima podría poner un freno a los jefes policiales que manejan a gusto sus cuotas de poder.

Cualquier desprevenido se preguntaría: ¿por qué ahora? Si las condiciones laborales de los policías son malísimas desde hace muchos años, si no hay nada nuevo.

La movilización tiene un denominador común: juventud. Son suboficiales jóvenes que refuerzan sus magros sueldos con adicionales que la pandemia suspendió. O sea, hace seis meses que ganan menos plata que antes. Eso explica una parte del ahora.

Por otro lado, la pandemia revalorizó sus tareas al ubicarlos como trabajadores esenciales, y eso les da mucha más legitimidad para reclamar. Se reforzaron las nociones de sacrificio que tienen larga data entre los uniformados que entienden que arriesgan su vida por el bien de la sociedad. El riesgo con la pandemia se potenció, y quienes se movilizan capitalizan ese lugar como trabajadores esenciales.

Por último, para explicar el ahora hay que poner sobre la mesa que las medidas sobre seguridad del gobernador Axel Kicillof anunciadas hace unos pocos días pueden no haber caído bien. Los anuncios de recursos millonarios para la seguridad sin incluir una mejora para los bolsillos de los uniformados y el desembarco de las fuerzas federales son motivos más que suficientes para potenciar los malestares de larga data. La anunciada participación en tareas de seguridad de la Gendarmería y de la Prefectura en territorio bonaerense, podría haber sido interpretada como un mensaje entre líneas, de que estaban haciendo mal su trabajo y que por ello se convocaron otras fuerzas.

La posibilidad de que el conflicto pudiese estar fogoneado por rivales políticos siempre está latente, pero en la misma medida que lo pueden estar otras situaciones de similar relevancia. A simple vista parecen más determinantes el pobre desempeño del ministro del área, quien exhibe una hiper visibilización y una conducción personalista de la fuerza de Sergio Berni y la reacción de un gobernador que se percibe superado por la problemática y con una capacidad limitada para tomar decisiones importantes.