El “compañero” Xi suma a la Argentina a la “nueva ruta de la seda”. Alberto Fernández se ilusiona con inversiones cuantiosas. Ahora, a tocarle el timbre a “Juan Domingo Biden”.

Terminó el boato del ceremonial diplomático. Esperan las urgencias. La necesidad de remontar la negociación con el FMI y recomponer las reservas para espantar el fantasma de una crisis cambiaria.

La gira presidencial sumó ruido al vínculo con el FMI y con su socio mayor, Estados Unidos, que hicieron trascender su malestar. Alberto Fernández le dijo a Putin que Argentina quiere revertir la “dependencia” que –según su expresión– mantiene con esos centros de poder político y financiero. Y que una vía apropiada sería construir una relación carnal con Moscú, enfrentado a Washington por Ucrania, en el peor conflicto en décadas.

La idea de obtener financiamiento alternativo de China y Rusia para eludir los condicionamientos del Fondo abortó antes del viaje.

La misión argentina redujo las expectativas a un apoyo financiero de corto plazo que no logró. No vendrá un dólar contante y sonante para paliar la indigencia de divisas del Banco Central.

China es el segundo destino de nuestras exportaciones, después de Brasil, con el 8{688a8ce96c256f08401d8e2f5c8db48dc2792b622bdd2a5bb1e6509fa5d7b8e2} de los envíos totales. China nos provee el 21{688a8ce96c256f08401d8e2f5c8db48dc2792b622bdd2a5bb1e6509fa5d7b8e2} de nuestras importaciones. En 2021 le vendimos por 6.160 millones de dólares y le compramos por 13.525 millones, más del doble. La reversión o el achicamiento de ese enorme déficit –para nuestras dimensiones– no estuvo en agenda. De hecho, no hubo empresarios que comercian con China en la delegación de Fernández.

Salvo en la provisión de granos de soja, Argentina es irrelevante para el intercambio comercial chino a escala global, que en 2021 fue de 6,14 billones de dólares.

El presidente firmó en Beijing fue la firma una carta de intención para sumar a la Argentina a la “nueva ruta de la seda”, el proyecto estratégico global más ambicioso del anfitrión.

En esencia, consiste en el financiamiento de una red infraestructura en los cinco continentes, construidas por empresas chinas, que puede costar hasta un billón de dólares. Se trata de proyectos claves para incrementar y abaratar el flujo comercial del país patrocinante y la provisión de tecnología sensible, como la nuclear y la de telecomunicaciones. Ya adhirieron 140 naciones.

Los apologistas la equiparan al plan Marshall de Estados Unidos en la Europa de posguerra. Los detractores la señalan como un instrumento de dominación. Alertan, en particular, sobre los efectos una “trampa de la deuda” para países vulnerables, con dificultades para acceder a otras fuentes de financiamiento y escasa capacidad de repago.

No es sólo una iniciativa económica. Tiene implicancias geopolíticas y para la seguridad internacional.

El presidente aventuró que China invertirá en nuestro país unos 23.000 millones de dólares. No explicó en qué proyectos ni informó plazos, costos y condiciones. Trascendió que la Central Nuclear Atucha III, sus obras complementarias y equipamiento costarían unos 13.000 millones de dólares. Se devolverían a 20 años con un interés del 7{688a8ce96c256f08401d8e2f5c8db48dc2792b622bdd2a5bb1e6509fa5d7b8e2} anual. Una carga significativa para un país sobreendeudado y careciente de divisas.

Otro emprendimiento sería la construcción de un gasoducto y un vínculo ferroviario entre Vaca Muerta, donde tienen intereses empresas chinas, y el puerto de Bahía Blanca. Y, tal vez, la gestión de la Hidrovía, que canaliza el 75{688a8ce96c256f08401d8e2f5c8db48dc2792b622bdd2a5bb1e6509fa5d7b8e2} del tráfico exportador.

Sin dólares para la urgencia financiera y con promesas para un largo plazo que muy probablemente no le tocará administrar, Alberto Fernández enfatizó el significado político e ideológico del acercamiento a Moscú y Beijing. Tribuneó para la interna. “Si usted fuera argentino, sería peronista”, le dijo a Xi Jimping.

Ahora sus funcionarios deberán tocarle timbre a “Juan Domingo Biden”, en un esfuerzo para rescatar la negociación con el FMI. Otro acto del zigzagueo desconcertante y estéril de la política exterior del gobierno.

Carlos Sagristani- radio Mitre

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