Nos guste o no, el mundo ya no es el que era en las décadas del 20 o del 30, sino que es uno completamente interconectado como un efecto natural del fenómeno de la globalización. Incluso en países que han intentado excluirse del resto, como ocurrió con el caso de la revolución socialista Cubana o el régimen Chino, fue imposible aislarse de forma total y no recibir ningún tipo de influencia del resto del planeta.

Desde el punto de vista financiero, la interconexión es aún mayor y no fue creada al azar, sino de forma deliberada en la Conferencia de Bretton Woods en el año 1944. En aquella oportunidad, economistas, banqueros y políticos por igual se reunieron en el hotel Mount Washington con el objetivo de fijar nuevas reglas para las relaciones comerciales y financieras de todo el mundo.

Las nuevas reglas beneficiaron al país que estaba a punto de vencer a Alemania en la guerra, que tenía la mayor economía del mundo, los mejores registros de productividad y el único de los participantes de la guerra que no había recibido bombardeos en sus ciudades principales, invasiones y que no tenía infraestructuras dañadas por el conflicto bélico: Estados Unidos.

De acuerdo a lo pactado, todas las monedas del mundo estarían vinculadas al dólar, mientras que Estados Unidos ataría al su moneda al oro a un precio de 35 dólares la onza. Además, se creó el Fondo Monetario Internacional como prestador de último recurso y el Banco Mundial. En ambos organismos, el nombramiento del presidente quedaría a cargo del país de América del Norte.

Desde entonces, el FMI, el BM y los organismos multilaterales de crédito que se formaron como complementos, fueron los árbitros del mundo en materia de economía. Por arbitrario que resulte, los poderosos muscularon su posición al punto tal que sólo quedaban dos opciones: o acatas sus reglas o estás afuera. Y los que quedaron afuera nunca la pasaron bien.

Argentina, a pesar de los discursos nacionalistas y las diatribas contra el FMI, siempre intentó ser parte. Estar adentro. Sin embargo, esta vez la corrupción sin límites, las reglas poco claras, los cepos a las monedas y a las exportaciones, los límites antojadizos a las importaciones y los negociados en la producción de vacunas fueron demasiado lejos.

La calificadora de riesgos Morgan Stanley Capital International (MSCI) decidió rebajar al país dos categorías de un salto para recalar en la inhóspita Standalone. Hoy Argentina, para los inversores extranjeros, tiene el mismo nivel de confianza que un pequeño y selecto grupo compuesto por Jamaica, Panamá, Trinidad y Tobago, Botswana, Líbano, Palestina y Zimbabwe.

De acuerdo a los libros del FMI, los países “Standalone” son aquellos que tienen economías pobres, sin reglas claras, con tensiones políticas, poca liquidez, pequeños mercado de capitales y barreras caprichosas para los inversores extranjeros. Estas interpretaciones no son casuales y, ciertamente, no son libres de consecuencias para la economía argentina. En efecto, son tenidas en cuenta por los conglomerados de inversores extranjeros –tan requeridos por el gobierno de Alberto Fernández –como por los fondos de pensión norteamericanos, grandes capitales de inversión en países emergentes.

Las consecuencias externas de esta decisión se comenzarán a ver en los próximos meses. Numerosos inversores dejarán de invertir en el país y, aquellos que estaban evaluando la posibilidad de entrar, se mantendrán en un cauteloso “stand by” hasta que el gobierno resuelva esta particular situación. Depende de cómo y cuando Argentina recupere su estatus de “emergente”, volverán los dólares al país.

Desde el punto de vista interno, éste es un elemento desestabilizador en una economía que ya venía fuera de control para el ministro Martín Guzmán. En tan sólo un día, el mercado de valores argentino se derrumbó un 11 por ciento. Sólo a modo de ejemplo, el llamado “jueves negro”, que inició la caída más catastrófica en la historia de la economía norteamericana, aquel 24 de octubre de 1929, registró una caída del 9 por ciento.

El dólar informal, que se mantenía en torno a los 150 pesos desde hacía meses, con algunas subidas leves y controladas por el Banco Central, trepó de un salto a los 169 pesos en sólo 25 días. Esto no es casual, sino que indica una corrida de inversores domésticos que comenzaban a evaluar la posibilidad de un vuelco al peso o a la inversión productiva, nuevamente al dólar.

El panorama a futuro, si el gobierno no encuentra una salida rápida y ordenada, no es el mejor. Las empresas, además del impacto negativo que ya tuvieron en sus acciones, tendrán graves dificultades para endeudarse y prefinanciar sus exportaciones. El ministro Guzmán apostó a que el acuerdo con el Club de París neutralice el efecto negativo pero, hasta el momento, se quedó corto. La etapa post pandemia, al menos desde el punto de vista económico, está a la vuelta de la esquina. Al gobierno lo corre el tiempo, si es que pretende una recuperación al menos parecida a la que prometió Alberto Fernández luego de presenciar una estrepitosa caída del empleo. (www.REALPOLITIK.com.ar)